CODA. ANA MARTÍNEZ QUIJANO.


Los monumentos son testimonios de la conciencia histórica de la humanidad, gestos solidarios de las generaciones pasadas con las que vendrán.
Desde el primitivismo de las esculturas totémicas hasta la impersonalidad de los monumentos de la sociedad global, con formatos abstractos y destinatarios colectivos, la trayectoria del hombre se reconoce en estas señales. Fioravanti cargó sobre sus espaldas la responsabilidad de modelar sus estatuas en el período de construcción nacional. Asumió este destino y, para cumplirlo, buscó un lenguaje que le permitiera expresarse y diseñar la imagen del país que entonces veían sus ojos. Por este motivo se mantuvo apartado del imperativo vanguardista que exige la búsqueda de lo nuevo y, a la vez, se alejó del frío academicismo y toda su retórica. Con las contingencias modeló su destino, determinación que no vivió como un límite: muy pronto asimiló la tarea que le tocaba en la vida.
En una de sus últimas entrevistas expresa sin rodeos su optimismo: “Creo que el arte vive y vivirá mientras al hombre le quede el alma. Un hombre con alma no puede dejar de esforzarse para dar su mensaje”.73 Estas palabras invitan a descubrir la intencionalidad de una obra cuyo autor anuncia su empeño por dejar señales que marcan un rumbo.
Si se fuerza la mirada hacia un pasado no demasiado remoto, en los monumentos de Fioravanti encontramos los atributos de una nación poderosa y la nobleza de los patriotas de la Argentina y de toda América que iban en busca de la libertad. Cuesta mirar hacia atrás desde el presente que nos toca. Duele mirar estas figuras, creadas para ser eternas, que cuentan historias sobre los habitantes y los héroes de nuestro continente cuando sin cinismo lo llamaban “tierra de promisión”. Para contemplar estas estatuas hay que vencer el deseo instintivo de seguir de largo, de escapar a la cruel experiencia de ver una nación que no ha terminado de nacer.
 
73 “José Fioravanti: su concepto de la belleza”, entrevista de Romualdo
Brughetti a José Fioravanti, La Nación, Buenos Aires, 22 de marzo de 1970,
p. 20.